viernes, 11 de agosto de 2017

El pequeño tacón de sus botas al fin tuvieron un soporte estable después de una gran cantidad de horas. Ciertamente, el viaje se le había hecho bastante largo, agregando que la radiación, producto del Big Bang, y el frío helado del abismo espacial no habían ayudado para su comodidad. Se había tomado un par de minutos para descansar en un borde metálico de la “Godspeed”, sin embargo, ese breve tiempo fue suficiente para percatarse que en los incontables ventanales de la inmensa nave que permitían contemplar la eterna oscuridad del espacio, se acumulaba una multitud, única y exclusivamente para observarla. Niños, adultos y ancianos, todos pegados a los cristales de varios pisos, con orbes entreabiertos de asombro y una sonrisa llena de alegría.

Su figura de cabellos desordenados iban de aquí para allá, lentamente, danzando en la gravedad cero. Alas completamente desplegadas, el triple de su altura, con sus colores pasteles brillando en tonos metálicos por el fulgor de una estrella cercana y sus perlas colgando de las susodichas, cuyo carmesí respondía a la radiación, transformándose en tornasoles. Por un momento, pareció cómo si posara para toda la masa que, ansiosa, la esperaba en el interior de la “Godspeed”. No obstante, su actitud cambió al sus heterocromaticos, toparse con los innumerables irises de la gente.

—¡Hola, hola, hoooolaaaa~~! ¡¡Ya llegué!!

Agitó sus manos de lado a lado, cuál niña pequeña, saludando a todos desde su posición. Su faz, se había iluminado gracias a todos esos humanos recibiéndola. Claro, al hallarse en el vacío espacial, su voz no había sido sonora, ni un poco, mas, el ánimo de su accionar hablaba por ella. Todavía no ingresaría a la “Godspeed”; la embarcación construida por esa humanidad para garantizar su protección y progreso. De algo estaba segura Lanko, dicho transporte, tenía al menos, el tamaño de un cuarto de un planeta cómo el de la Tierra. Desde ahí podía observar el mundo que había sido dejado atrás hace más de dos siglos, en cuya atmósfera tenía pinta de estar aterciopelada por un manto grisáceo. Gracias a la resistencia de su propio cuerpo, ella era la única que conocía lo que residía ahí abajo, dónde durante doscientos años, ningún humano había puesto un pie.

Primero lo primero, haría sus tareas correspondientes. Lanko se impulsó de un poderoso brinco, hasta el tope de la “Godspeed”, y como si fuera a montar un caballo, se sentó en esta misma. Sus piernas se colocaron en posición de loto y los parpados, al relajarse, los dejó caer.

Boom… boom… de su cuerpo, parecían emanar varias ondas. Boom… boom… cada una se volvía más poderosa que la anterior. BOOOOM. La última onda fue la decisiva, la que recorrería a una velocidad alucinante el universo conocido por el hombre. Una rapidez que ningún aparato a la fecha podría ser capaz de captar y medir, ¿para una idea mejor? Dentro de dos horas, para cuando su onda regresara a ella, tendría la información de la posición de toda la materia residente en el abismo espacial.

El tiempo transcurrió y sus colores habían abandonado su anatomía, volviendo sus hebras en albinas y sus luceros en plateados. Hasta la fecha, la humanidad que siempre aguardaba por ella, se trataban de los únicos seres que la habían visto en dicho estado. Ellos, tenían la idea de que la pura existencia de la chica que descansaba en la cima del “Godspeed”, era una bendición. A veces, la veneraban cómo a una diosa, inclusive, esa humanidad que en un pasado residió en su propio mundo, con características semejantes a las de la Tierra, varias fueron las culturas que la relacionaron con sus dioses.

Es decir, ella solo hacía su trabajo encomendado; dar esperanza, abrir paso para la benevolencia en los corazones y entendimiento en las mentes de cada individuo, para que ellos, encontraran su salvación por sí solos. Porque, esa era la realidad de la humanidad; en su interior se escondía una voluntad extraordinaria que los guiaría a sobrevivir o a erradicarse para siempre. Su esencia, carente de avaricia y poder, rechazaba de su devoción e idolatría y cómo era de esperarse, cuando la abrumaban con tanta atención y riquezas… y por ende, la ponían de mal humor, habían sido varias las personalidades, importantes o no dentro de la sociedad construida, que se llevaron su buen golpe.

𝙽𝚞𝚞 𝚙𝚛𝚎𝚜𝚝𝚊𝚖𝚎 𝚝𝚞 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊...❞

Las palabras de Lanko le llegaron al pequeño ser que nunca se mostraba, mas, en todo momento la acompañaba. Lo que parecía ser una pelusa amarilla emergió de su prenda superior. Parecía adormilado. De repente, “pooff”, unas alitas blancas aparecieron en la espalda del felpudo, consecutivamente realizó un movimiento parecido a un asentimiento y desapareció.

Lo que Nuu, en esos instantes haría, sería alterar el curso de una lluvia de asteroides que dentro de un plazo de ciento veinte días, se estrellaría contra la “Godspeed”. Por dicha razón, ella había requerido del mapa espacial. Para cuando Nuu regresó, con algunos raspones, sus colores vivaces también retornaron.

En sus brazos abrigó al felpudo amarillo y en otro impulso, al levantarse, se dirigió a una de las entradas que el mismo capitán de la embarcación, preparó con antelación para permitir la intrusión de la de cabellos, en su mayoría, morados. Con calma fue que atravesó la escotilla principal y al mantenerse en la rutina de descompresión, desapareció sus alas. Tomó una bocanada de oxígeno, llevaba un muy buuuueeeen rato sin respirar e inclusive, sintió un gran alivio recorrerla. Para cuando cruzó, el siguiente umbral, la visión que se mostraría ante sus ojos le iluminaria todo su semblante en uno de familiaridad y terminaría agregando un;

—¡Estoy en casa~!

𝔑𝔬𝔩𝔞𝔫 𝔉𝔞𝔲𝔯𝔢-𝔅𝔞𝔲𝔡
【1760 - 1789
𝙱𝚎𝚕𝚘𝚟𝚎𝚍 𝚜𝚘𝚗 𝚊𝚗𝚍 𝟷𝟽𝚝𝚑 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚎 𝚘𝚏 𝙳𝚑𝚊𝚣𝚕𝚊𝚖

No dejaba de pensar que el día que su alma volviera a bajar de la dimensión en la que residían los ángeles, se daría la tarea de buscarla arduamente antes de que volviera a ser demasiado tarde. Más de dos siglos habían pasado y nada… ni una pista. A diferencia de la mayoría de las veces anteriores, su cabello adornado en varios caireles ahora sueltos, caían a la altura de los hombros mientras danzaban al son de las ráfagas de viento que la envolvían de vez en vez.

Después de haber leído las letras de la lápida, alzó su mirada al horizonte, contemplando en silencio el grisáceo de las nubes que avisaban de una próxima llovizna dentro de unas horas. Los edificios que conformaban la ciudad decoraban el panorama. Las afueras de la ciudad le daban una sensación de relajación indefinible. Suspiró y colocó los narcisos níveos junto a la lápida. Se removió dentro de su abrigo, escondiendo las manos dentro de los bolsillos, buscando por una caricia de calidez en la prenda. Su barbilla se escondió ligeramente en el cuello de la prenda.

Él era el recordatorio de lo catastrófico de lo que podía ser aferrarse a alguien de vida limitada, recordatorio de lo intenso que un corazón podía llegar a latir, recordatorio de la causa de las locuras por las vibras de las emociones.

—Te odio.

Lo odiaba por haberla dejado, por haberla abandonado, por no regresar… pero, ella más se odiaba por ser la única que pese al tiempo, le seguía teniendo en cuenta y esperándole, ¿podía ser más ridícula?. Un brillo de melancolía invadió sus orbes bicolores y sus labios se apretaron en una dura línea—.

—…no tienes idea de cuánto.

Sin agregar algo más, permaneció unos largos minutos. Repasó el nombre marcado en la piedra una y otra vez hasta que sus orbes se cansaron; los recuerdos volaban y revoloteaban en su mente sin orden aparente. Algunos fugaces y otros duraderos. Hubo uno que en especial le removió la expresión endurecida del rostro y en su lugar plasmó una más dulce y discreta. Ahí estaban… esos ojos de un azul tan profundo que como un tornasol, expuestos a los rayos del sol, parecían tornarse en unos lilas. Intensos y llenos de determinación. Los acompañaban una cabellera negra… densa y larga, al igual que sus pestañas.

Con los dedos de la mano no podría contar el número de peleas que habían tenido; ambos, de carácter difícil que… por mucho que costara creer, el tiempo se había encargado de amoldarlos tanto el uno como con el otro. Si tan solo hubiera tenido el valor suficiente para confesarse en un gesto que hablara por ella, un beso, a sabiendas de que no habría tenido el poder de cambiar las circunstancias, quizá no llevaría cargando el arrepentimiento que desde años portaba en sus hombros.

—…Porque no puedo evitar extrañarte.

Y estar en la casa de los 𝒫ℯ𝓃𝒹𝓇𝒶ℊℴ𝓃, quiénes de generación en generación se habían encargado de cuidarla, no ayudaba en lo absoluto. Sin embargo, no importaba en dónde se encontrara o en que dimensión viajara para escapar… su memoria la tenía incrustada como una espina obstinada directo en el corazón. Percibió el contorno de sus orbes humedecer y por ende, parpadeó varias veces. No se quebraría, se había prometido no volver a hacerlo. No importaba si nadie la veía, ella tenía la extraña sensación de que él sí lo hacía.

El séptimo barco de la mañana había zarpado por los cielos. Niños entre seis y doce años iban a bordo; irían a una excursión. Pero, ese día nadie sabía lo que se avecinaría. Un estallido se escuchó retumbar en la atmosfera, golpeando con tierra firme. Una bomba en el ala izquierda había desequilibrado a la nave. Lanko siempre tuvo debilidad por los pequeños… tan inocentes, tan puros… interrumpió su juego con su gemelo para abrir sus alas y surcar las alturas sin importarle quién estuviera presente. Agradecía que en esa dimensión era más normal ver cosas como las que Lanko y Lariot realizaban que en la de la Tierra.

El incendio en el interior era monumental. Jamás creyó que la explosión en el Zelta, como antes mencionado, una nave voladora con forma de barco, hubiera sido tan catastrófica. El calor la envolvía y hasta en cierto punto la asfixiaba. No le importaba, su naturaleza por cuidar y ayudar a los humanos, se enfocaba en los infantes, no en los adultos. Estos últimos, ya le habían dado tantas decepciones que el número podría igualarse a la cantidad de años que el planeta Tierra tenía.

Era de esperarse que su piel de porcelana se manchara de hollín. Las mejillas, la frente, su barbilla, parte de su ropa, brazos y piernas. Todo iba marchando a popa hasta que salvó al último niño. Una nave de rescate que se posaba a duras penas a lado de la Zelta, quieta esperó a que el chiquillo pusiera un pie fuera de la nave para poder alejarse. Por mala fortuna, en cuánto la de hebras liliáceas apenas ponía distancia entre ella y el enorme transporte, este mismo explotó por completo, mandándola, como bala, unos kilómetros lejos a la redonda. Lo próximo que supo fue que su cuerpo impactó contra el suelo.

Borrosamente alcanzó a distinguir el espesor de los arboles… estaba… ¿en un bosque? No lo sabía con exactitud, pero, seguramente era lo más probable. Se removió como pudo pese al punzón que la invadía a causa del golpe. Poco a poco caía en la inconsciencia y antes de que todo pudiera ponerse negro, logró vislumbrar una figura masculina que se inclinaba ligeramente a ella y precisamente, pudo observar aquellos ojos azul rey, atravesándola como dagas desde arriba… si hubiera tenido que describir la sensación… utilizaría la palabra ‘escalofriantes’. Lanko, quién cabía decir que no tenía su usual apariencia de niña, no tenía ni la menor de quién se trataba el dueño de dicha silueta, sin embargo, las cosas se harían más entretenidas después de aquél extraño encuentro.


Después de que aquella memoria terminó por remontar su mente, exhaló, guardando sus manos dentro de abrigo de nuevo, acomodándolas y jugando con los caramelos que ocultaba en estos. Miró por última vez los pétalos de los narcisos y sin mirar atrás, sus pasos regresaron por el camino que había tomado para dirigirse a casa. Tomaría la ruta corta; el cielo.