
𝔑𝔬𝔩𝔞𝔫 𝔉𝔞𝔲𝔯𝔢-𝔅𝔞𝔲𝔡
【1760 - 1789】
𝙱𝚎𝚕𝚘𝚟𝚎𝚍 𝚜𝚘𝚗 𝚊𝚗𝚍 𝟷𝟽𝚝𝚑 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚎 𝚘𝚏 𝙳𝚑𝚊𝚣𝚕𝚊𝚖
No dejaba de pensar que el
día que su alma volviera a bajar de la dimensión en la que residían los
ángeles, se daría la tarea de buscarla arduamente antes de que volviera a ser
demasiado tarde. Más de dos siglos habían pasado y nada… ni una pista. A diferencia
de la mayoría de las veces anteriores, su cabello adornado en varios caireles
ahora sueltos, caían a la altura de los hombros mientras danzaban al son de las
ráfagas de viento que la envolvían de vez en vez.
Después de haber leído las
letras de la lápida, alzó su mirada al horizonte, contemplando en silencio el
grisáceo de las nubes que avisaban de una próxima llovizna dentro de unas
horas. Los edificios que conformaban la ciudad decoraban el panorama. Las
afueras de la ciudad le daban una sensación de relajación indefinible. Suspiró
y colocó los narcisos níveos junto a la lápida. Se removió dentro de su abrigo,
escondiendo las manos dentro de los bolsillos, buscando por una caricia de
calidez en la prenda. Su barbilla se escondió ligeramente en el cuello de la
prenda.
Él era el recordatorio de
lo catastrófico de lo que podía ser aferrarse a alguien de vida limitada,
recordatorio de lo intenso que un corazón podía llegar a latir, recordatorio de
la causa de las locuras por las vibras de las emociones.
—Te
odio.
Lo odiaba por haberla
dejado, por haberla abandonado, por no regresar… pero, ella más se odiaba por
ser la única que pese al tiempo, le seguía teniendo en cuenta y esperándole,
¿podía ser más ridícula?. Un brillo de melancolía invadió sus orbes bicolores y
sus labios se apretaron en una dura línea—.
—…no
tienes idea de cuánto.
Sin agregar algo más,
permaneció unos largos minutos. Repasó el nombre marcado en la piedra una y
otra vez hasta que sus orbes se cansaron; los recuerdos volaban y revoloteaban
en su mente sin orden aparente. Algunos fugaces y otros duraderos. Hubo uno que
en especial le removió la expresión endurecida del rostro y en su lugar plasmó
una más dulce y discreta. Ahí estaban… esos ojos de un azul tan profundo que como
un tornasol, expuestos a los rayos del sol, parecían tornarse en unos lilas.
Intensos y llenos de determinación. Los acompañaban una cabellera negra… densa
y larga, al igual que sus pestañas.
Con los dedos de la mano no
podría contar el número de peleas que habían tenido; ambos, de carácter difícil
que… por mucho que costara creer, el tiempo se había encargado de amoldarlos
tanto el uno como con el otro. Si tan solo hubiera tenido el valor suficiente
para confesarse en un gesto que hablara por ella, un beso, a sabiendas de que
no habría tenido el poder de cambiar las circunstancias, quizá no llevaría
cargando el arrepentimiento que desde años portaba en sus hombros.
—…Porque
no puedo evitar extrañarte.
Y estar en la casa de los 𝒫ℯ𝓃𝒹𝓇𝒶ℊℴ𝓃, quiénes de
generación en generación se habían encargado de cuidarla, no ayudaba en lo
absoluto. Sin embargo, no importaba en dónde se encontrara o en que dimensión
viajara para escapar… su memoria la tenía incrustada como una espina obstinada
directo en el corazón. Percibió el contorno de sus orbes humedecer y por ende,
parpadeó varias veces. No se quebraría, se había prometido no volver a hacerlo.
No importaba si nadie la veía, ella tenía la extraña sensación de que él sí lo
hacía.
『El séptimo barco de la
mañana había zarpado por los cielos. Niños entre seis y doce años iban a bordo;
irían a una excursión. Pero, ese día nadie sabía lo que se avecinaría. Un
estallido se escuchó retumbar en la atmosfera, golpeando con tierra firme. Una bomba
en el ala izquierda había desequilibrado a la nave. Lanko siempre tuvo
debilidad por los pequeños… tan inocentes, tan puros… interrumpió su juego con
su gemelo para abrir sus alas y surcar las alturas sin importarle quién
estuviera presente. Agradecía que en esa dimensión era más normal ver cosas
como las que Lanko y Lariot realizaban que en la de la Tierra.
El incendio en el interior
era monumental. Jamás creyó que la explosión en el Zelta, como antes
mencionado, una nave voladora con forma de barco, hubiera sido tan
catastrófica. El calor la envolvía y hasta en cierto punto la asfixiaba. No le
importaba, su naturaleza por cuidar y ayudar a los humanos, se enfocaba en los
infantes, no en los adultos. Estos últimos, ya le habían dado tantas decepciones
que el número podría igualarse a la cantidad de años que el planeta Tierra
tenía.
Era de esperarse que su
piel de porcelana se manchara de hollín. Las mejillas, la frente, su barbilla,
parte de su ropa, brazos y piernas. Todo iba marchando a popa hasta que salvó
al último niño. Una nave de rescate que se posaba a duras penas a lado de la
Zelta, quieta esperó a que el chiquillo pusiera un pie fuera de la nave para
poder alejarse. Por mala fortuna, en cuánto la de hebras liliáceas apenas ponía
distancia entre ella y el enorme transporte, este mismo explotó por completo,
mandándola, como bala, unos kilómetros lejos a la redonda. Lo próximo que supo
fue que su cuerpo impactó contra el suelo.
Borrosamente alcanzó a
distinguir el espesor de los arboles… estaba… ¿en un bosque? No lo sabía con
exactitud, pero, seguramente era lo más probable. Se removió como pudo pese al
punzón que la invadía a causa del golpe. Poco a poco caía en la inconsciencia y
antes de que todo pudiera ponerse negro, logró vislumbrar una figura masculina
que se inclinaba ligeramente a ella y precisamente, pudo observar aquellos ojos
azul rey, atravesándola como dagas desde arriba… si hubiera tenido que
describir la sensación… utilizaría la palabra ‘escalofriantes’. Lanko, quién
cabía decir que no tenía su usual apariencia de niña, no tenía ni la menor de
quién se trataba el dueño de dicha silueta, sin embargo, las cosas se harían
más entretenidas después de aquél extraño encuentro.』
Después de que aquella
memoria terminó por remontar su mente, exhaló, guardando sus manos dentro de
abrigo de nuevo, acomodándolas y jugando con los caramelos que ocultaba en
estos. Miró por última vez los pétalos de los narcisos y sin mirar atrás, sus
pasos regresaron por el camino que había tomado para dirigirse a casa. Tomaría
la ruta corta; el cielo.
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