
Tan grises. Tan aburridos. Tan
enfrascados. Tan apagados. Tan… ‘correctos’ y limitados. El ambiente se volvía
pesado alrededor de ellos… ¿dónde habían quedado esas almas llenas de energía y creativas
cuando eran nuevas en el mundo? ¿en qué momento sus chispas desaparecían? ¿en
qué segundo se volvían tan normales, apegadas a los prejuicios de la sociedad?.
Adultos… adultos faltos de vida… que solo existían por existir… ya nada les llenaba.
Sus joyas de dos colores desde hace varias
generaciones habían contemplado el proceso una y otra… y otra vez. Las
bocanadas de aire fresco eran sumamente raras en el entorno de los mayores, de
aquellos que se atrevían a mostrar personalidades fuertes y destacables…
originales, justo cómo la de ella. Terminó de sacudir sus alas blancas, su mamá
las había peinado y podía notarlas sumamente suaves. Había sido cómo un masaje.
Finalmente, las escondió, haciéndolas desaparecer en destellos que se elevaron
al cielo. Salió de un callejón a una calle principal, logrando contemplar casi
al instante una escena en específico que llamó
su atención.
Una
señora, aparentemente de uno treinta y algo, cruzaba la calle con su hijo
pequeño. Notó que, en lugar de llevarlo de la mano, iba atenta a su celular,
pues el menor, cómo podía, iba
siguiéndola a paso apresurado. Fue entonces que un fuerte chirrido de un
automóvil hizo resonar, sin frenos, se movía en el pavimento a toda velocidad.
Los orbes de la de cabellos multicolores, notaron con rapidez la dirección a la
que el vehículo se avecinaba. En un clic de adrenalina, Lanko alargó sus
piernas al correr en sentido al niño de casi cinco años. Se lanzó contra él en
un salto, envolviéndolo en sus brazos para girar y quitarse del camino de una
buena vez, siendo el auto el que les pasara rozando. El pequeño, del susto,
comenzó a llorar y la mamá de este, se acercó, pálida, con los ojos humedecidos
a ambos niños. El carro se fue a estrellar a un poste; el conductor se hallaba
al borde de la inconsciencia a causa del impacto. Aquél chiquillo pasó a los
brazos de su madre, mientras esta, decía entre sollozos ‘gracias’, repetidas
veces a la chiquilla. La pre-adolescente se levantó en silencio, siendo algunos
cortes que se presentaran tanto en sus brazos
cómo en sus piernas. Le dedicó una mirada de despreció a la mayor mencionando
con sequedad;
—…Tch.
Estúpida.
Y con razón, si hubiera estado prestando atención desde un
principio, aquél niño jamás hubiese corrido peligro. Con su mismo temperamento
de siempre, se alejó, haciendo caso omiso a la reacción de la señora. La
desesperanza albergaba la mente de Lanko, los humanos al igual que otras
especies inteligentes la decepcionaban… no siempre, pero sí la mayoría de las
ocasiones. Su padre, repetidas veces le había dicho que sus creaciones todavía
tenían mucho que aprender… que les diera tiempo. Tiempo… ¿tiempo para verlos
destruirse a sí mismos, hundiéndose en su miseria y terquedad?. No sabía si su
padre era un irresponsable, utilizaba a esos mortales para entretenerse o… quién
sabe… no tenía ni idea de lo que planes ocultaba bajo su manga. Esa niña, no era una niña, tampoco un ángel, ni un
demonio. Era un enigma sin resolver, uno rebelde y lleno de tonalidades
caprichosas y volubles, al igual que uno misterioso; no existía un libro de
texto hasta la fecha que tuviera un registro del origen de ella, procedencia o…
indicio. Quizá, en toda la Tierra, existía uno… uno muy antiguo... y, si de
verdad lo hacía, ¿en dónde se hallaba? La ubicación de dicho objeto tendría que
ser únicamente del conocimiento de Lanko. La forma que tenía de niña, era
opcional; bien podría ser una adolescente, una mujer o una anciana, pero… ¿por
qué escoger el ser una chica de catorce? … ¿la respuesta? Tal vez se sentía más
cómoda así, o tal vez se trataba de una obligación, o la divertía estar en su
forma actual, o quizá no le quedaba de otra. Tenía sus razones. No obstante, de
algo estaba segura, el mundo de los grandes, le sabía demasiado serio y
restrictivo cómo para siquiera considerar rozar un área de aquél tipo.

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