El pequeño tacón de sus botas al fin tuvieron un
soporte estable después de una gran cantidad de horas. Ciertamente, el viaje se
le había hecho bastante largo,
agregando que la radiación, producto del Big Bang, y el frío helado del abismo
espacial no habían ayudado para su comodidad. Se había tomado un par de minutos
para descansar en un borde metálico de la “Godspeed”, sin embargo, ese breve
tiempo fue suficiente para percatarse que en los incontables ventanales de la
inmensa nave que permitían contemplar la eterna oscuridad del espacio, se acumulaba
una multitud, única y exclusivamente para observarla. Niños, adultos y
ancianos, todos pegados a los cristales de varios pisos, con orbes entreabiertos de asombro y una sonrisa llena de
alegría.
Su
figura de cabellos desordenados iban de aquí para allá, lentamente, danzando en
la gravedad cero. Alas
completamente desplegadas, el triple de su altura, con sus colores pasteles brillando
en tonos metálicos por el fulgor de una estrella cercana y sus perlas colgando
de las susodichas, cuyo carmesí respondía a la radiación, transformándose en
tornasoles. Por un momento, pareció cómo si posara para toda la masa que,
ansiosa, la esperaba en el interior de la “Godspeed”. No obstante, su actitud
cambió al sus heterocromaticos, toparse con los innumerables irises de la gente.
—¡Hola, hola, hoooolaaaa~~!
¡¡Ya llegué!!
Agitó sus manos de lado a lado, cuál niña pequeña, saludando a
todos desde su posición. Su faz, se había
iluminado gracias a todos esos humanos recibiéndola. Claro, al hallarse en el
vacío espacial, su voz no había sido sonora, ni un poco, mas, el ánimo de su
accionar hablaba por ella. Todavía no ingresaría a la “Godspeed”; la
embarcación construida por esa humanidad para garantizar su protección y
progreso. De algo estaba segura Lanko, dicho transporte, tenía al menos, el
tamaño de un cuarto de un planeta cómo el de la Tierra. Desde ahí podía
observar el mundo que había sido dejado atrás hace más de dos siglos, en cuya
atmósfera tenía pinta de estar aterciopelada por un manto grisáceo. Gracias a la
resistencia de su propio cuerpo, ella era la única que conocía lo que
residía ahí abajo, dónde durante doscientos años, ningún humano había puesto un
pie.
Primero lo primero, haría sus tareas correspondientes. Lanko se
impulsó de un poderoso brinco, hasta el tope de la “Godspeed”, y como si fuera
a montar un caballo, se sentó en esta misma. Sus piernas se colocaron en posición de loto y los parpados, al
relajarse, los dejó caer.
Boom… boom… de su cuerpo, parecían emanar varias ondas. Boom… boom… cada una se
volvía más poderosa que la anterior. BOOOOM. La última onda fue la decisiva, la
que recorrería a una velocidad alucinante el universo conocido por el hombre.
Una rapidez que ningún aparato a la fecha podría ser capaz de captar y medir,
¿para una idea mejor? Dentro de dos horas, para cuando su onda regresara a
ella, tendría la información de la posición de toda la materia residente en el
abismo espacial.
El tiempo transcurrió y sus colores habían abandonado su anatomía, volviendo
sus hebras en albinas y sus luceros en plateados. Hasta la fecha, la humanidad
que siempre aguardaba por ella, se trataban de los únicos seres que la habían
visto en dicho estado. Ellos, tenían la idea de que la pura existencia de la
chica que descansaba en la cima del “Godspeed”, era una bendición. A veces, la
veneraban cómo a una diosa, inclusive, esa humanidad que en un pasado residió
en su propio mundo, con características semejantes a las de la Tierra, varias
fueron las culturas que la relacionaron con sus dioses.
Es decir, ella solo hacía su trabajo
encomendado; dar esperanza, abrir paso para la benevolencia en los
corazones y entendimiento en las mentes de cada individuo, para que ellos,
encontraran su salvación por sí solos. Porque, esa era la realidad de la
humanidad; en su interior se escondía una voluntad extraordinaria que los
guiaría a sobrevivir o a erradicarse para siempre. Su esencia, carente de avaricia
y poder, rechazaba de su devoción e idolatría y cómo era de esperarse, cuando
la abrumaban con tanta atención y riquezas… y por ende, la ponían de mal humor,
habían sido varias las personalidades, importantes o no dentro de la sociedad
construida, que se llevaron su buen golpe.
❝𝙽𝚞𝚞, 𝚙𝚛𝚎𝚜𝚝𝚊𝚖𝚎 𝚝𝚞 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊...❞
Las palabras de Lanko le llegaron al pequeño ser que nunca se mostraba,
mas, en todo momento la acompañaba. Lo que parecía ser una pelusa amarilla
emergió de su prenda superior. Parecía adormilado. De repente, “pooff”, unas
alitas blancas aparecieron en la espalda del felpudo, consecutivamente realizó
un movimiento parecido a un asentimiento y desapareció.
Lo que Nuu, en esos instantes haría, sería alterar el curso de una
lluvia de asteroides que dentro de un plazo de ciento veinte días, se
estrellaría contra la “Godspeed”. Por dicha razón, ella había requerido del
mapa espacial. Para cuando Nuu regresó, con algunos raspones, sus colores
vivaces también retornaron.
En sus brazos abrigó al felpudo amarillo y en otro impulso, al levantarse,
se dirigió a una de las entradas que el mismo capitán de la embarcación,
preparó con antelación para permitir la intrusión de la de cabellos, en su
mayoría, morados. Con calma fue que atravesó la escotilla principal y al
mantenerse en la rutina de descompresión, desapareció sus alas. Tomó una
bocanada de oxígeno, llevaba un muy buuuueeeen rato sin respirar e inclusive,
sintió un gran alivio recorrerla. Para cuando cruzó, el siguiente umbral, la
visión que se mostraría ante sus ojos le iluminaria todo su semblante en uno de familiaridad y terminaría agregando un;
—¡Estoy en casa~!
